La autoridad es necesaria para ayudar a que nuestros hijos puedan convertirse en personas autónomas. Debemos poner reglas y mantenernos firmes, de esta forma transmitimos la seguridad necesaria para que puedan sentirse estables. En cambio, si nos mostramos dudosos, sin criterio propio, e inseguros en cuanto al establecimiento de ciertas normas, lo que transmitimos es desconfianza, inseguridad e inestabilidad.

Debemos enseñar a nuestros hijos desde bien pequeños a obedecer; y cuando son adolescentes, debemos seguir haciéndolo, no porque tengan que someterse a nuestro dictamen, sino porque es necesario que lo hagan. Necesitan que les eduquemos, que hayan unas normas y unas limitaciones y de esta forma sepan qué cosas pueden hacer y cuáles no… Pueden llevarnos la contraria o protestar, pero esta guía les ayuda a comprender el mundo que les rodea y les informa de lo que hay.

Por tanto, ejercer la autoridad es muy importante, aunque no todas las formas son buenas. La autoridad no está reñida con el cariño; de hecho, el mejor estilo educativo es el que recoge en las dosis adecuadas autoridad, tiempo, dedicación y cariño. Este estilo educativo, el asertivo, hace referencia a padres afectuosos, que expresan sus emociones y contribuyen a que sus hijos expresen las suyas, pero que de forma clara y segura son capaces de poner normas y límites.

A nadie nos gusta que nos digan lo que tenemos que hacer, y nos lo repitan constantemente. Los adolescentes no son menos. Podemos pensar que si no se lo decimos constantemente, no lo hace. Si lo importante es que lo haga, se lo decimos una vez, y si decide no hacerlo, que vea que sus actos tienen unas consecuencias.

Por ejemplo, ponerse el despertador y levantarse es su obligación, pero si le despertamos nosotros por miedo a que no llegue a clase no le damos la oportunidad de que asuma las consecuencias de su comportamiento y por tanto no le ayudamos a hacerse más autónomo. Si educamos escuchando la voz de nuestros miedos, lo que hacemos es “deseducar”. Aquí podríamos decirle “Entiendo que no te guste que te despierte y he decidido que a partir de ahora serás tú quien se levante por las mañanas y que asumas las consecuencias de no hacerlo por ti mismo. Ya no eres un niño pequeño y es tu obligación hacerlo. Lo que no voy a tolerar es que me hables así”. Acto seguido, nos vamos ya que le hemos dicho todo lo que le queríamos decir, y permanecer allí escuchando sus protestas sería dedicarle atención excesiva.

El problema viene cuando a veces intentamos aferrarnos a nuestras normas, y otras cedemos para no terminar en enfado y discusión… Si lloran o se enfadan porque no pueden tener o conseguir algo, forma parte de su aprendizaje; de esta forma aprenden a tolerar su frustración. Podemos decirles “Tienes todo el derecho a enfadarte y entiendo que no te guste aceptar ciertas normas, pero no voy a consentir que me faltes al respeto de esta manera. Por este camino, te pongas como te pongas no lo vas a conseguir. Es mi última palabra.” De esta forma mantenemos el control de la situación, y manteniéndonos así de firmes ganamos todos a largo plazo.

Así pues, para instaurar la autoridad en el hogar:

  • La actitud paterna que debemos mantener es que somos un equipo y no nos podemos desautorizar entre nosotros, debemos decidir conjuntamente el establecimiento de normas y límites, y sobre todo, que no nos vean discutir.
  • Además, debemos fomentar la participación y el diálogo con una actitud firme y afectuosa, potenciando su autonomía, educando con el ejemplo y sustentando los argumentos sobre valores y normas estables.
  • Algunos comportamientos que debemos evitar son el exceso de control y violencia, el abuso del poder, ser injusto o poco equitativos, delegar en otros la labor de educar, mostrar dudas e inseguridad, y utilizar lenguaje despectivo y/o agresivo.

 

 

Referencia bibliográfica:

Cervantes, S. (2013). Vivir con un adolescente. Entenderte con tu hijo es posible. Espasa Libros, S.L.U.

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