A estas alturas probablemente todos hayamos oído hablar o conozcamos a alguien que padezca la enfermedad de Parkinson. Es una enfermedad neurológica, crónica y degenerativa que afecta a un elevado número de la población. Concretamente, es la segunda enfermedad neurodegenerativa con mayor prevalencia en la población después de la enfermedad de Alzheimer.

Debido a los avances médicos y científicos se ha logrado aumentar la esperanza de vida de las personas. Esto a su vez ha hecho que el número de personas que padecen  enfermedades neurodegenerativas asociadas al envejecimiento también haya aumentado.

Un problema que existe con esta enfermedad es que está infradiagnosticada. Actualmente, las personas con esta dolencia tardan una media de entre 1 y 3 años en obtener el diagnóstico.

¿Por qué puede ocurrir esto? Es importante tener en cuenta que generalmente el Parkinson se asocia a síntomas motores: temblor, rigidez, trastornos de la marcha y el equilibrio… Sin embargo, se sabe que muchísimos pacientes (alrededor del 40%) no presentan este temblor característico. Por otra parte, en la mayoría de ocasiones antes que los síntomas motores aparecen los cognitivos o los del estado de ánimo, entre otros. En casi la mitad de los casos la primera manifestación de esta enfermedad es la depresión, que puede ir acompañada también de pérdidas de memoria, irritabilidad, estreñimiento, pérdida de olfato, disfunción sexual y trastornos del sueño.

La relación entre los trastornos del estado de ánimo como la depresión y la enfermedad de Parkinson tiene diferentes causas. Por un lado puesto que la causa principal de la enfermedad es un déficit en una sustancia química del cerebro llamada dopamina, esto produce un desequilibro en el cerebro de la persona que la lleva a presentar este tipo de problemas. En algunos casos estos síntomas aparecen años antes de que la enfermedad se diagnostique, lo que afecta a la calidad de vida de la persona y además impide que se empiece un tratamiento precoz.

No obstante, en otros casos las dificultades emocionales vienen por la falta de aceptación de la propia enfermedad. En esta patología las personas mantienen sus funciones mentales bastante preservadas hasta que no se encuentran en fases muy avanzadas. Esto se traduce en que la persona es plenamente consciente del deterioro de sus funciones, lo que suele traducirse en frustración, rabia o desesperanza al no ser capaz de dominarlo.

Otra dificultad es la adaptación al estrés que supone el diagnóstico tanto a nivel personal como familiar de una enfermedad tan incapacitante como el Párkinson. Al tratarse de una patología crónica exige una reestructuración completa de la vida. Inevitablemente es un hecho que influye a nivel familiar ya que suele comportar un cambio de roles. En la mayoría de los casos es la pareja la que automáticamente se convierte en el cuidador principal por lo que debe pasar por un proceso de adaptación y aceptación de los cambios en su vida cotidiana.

Se ha demostrado que el ejercicio físico puede ser muy eficaz para el tratamiento de los síntomas motores de la enfermedad, principalmente aquellos que afectan al equilibrio y la postura. En el Párkinson, el tratamiento farmacológico ha de ir siempre acompañado del no farmacológico. Algunas pautas recomendables a seguir por los pacientes son:

  • Ejercicio aeróbico (que haga sudar)
  • Hábitos de vida saludables: no fumar, beber y evitar la obesidad

Es importante tener presente que tanto los síntomas motores como los no motores pueden ser exactamente igual de incapacitantes y por lo tanto afectarán significativamente a la calidad de vida del paciente y de sus cuidadores. Por ello, es necesario estar atento a las señales de posibles problemas emocionales para tratar de abordarlos lo más pronto posible y hacer así que la vida sea más agradable para estas personas.

Una ayuda profesional como la psicológica cumple un papel fundamental en este tipo de enfermedades, tanto para los pacientes como para sus familiares. Al principio las personas pueden encontrarse perdidas y el psicólogo puede ayudarlas a comprender y aceptar, así como adaptarse poco a poco a los cambios cotidianos.

No solo es importante que los pacientes puedan recibir este tipo de atención sino también los cuidadores. Ellos tienen uno de los papeles más difíciles y es muy fácil poder sufrir sobrecargas por el papel que desempeñan. La ayuda psicológica resulta esencial en este colectivo no solo para sobrellevar mejor la situación sino para evitar problemas mentales futuros como la depresión, ansiedad o cuando llegue el momento duelos mal elaborados.

 

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