A lo largo de nuestra vida nos encontramos con infinidad de cosas que no nos gustan, que nos irritan o que simplemente consideramos injustas y la respuesta natural de las personas ante esto es la queja. Ésta surge a raíz de una frustración, malestar o daño percibido: eso hace que centremos nuestra atención sobre lo negativo y que necesitemos buscar una forma para amortiguar el malestar: la queja es un método para ello.

Entonces, ¿es bueno o es malo quejarse? – ¡Depende! Como hemos dicho, quejarse es una respuesta natural del ser humano y está bien hacerlo, en ocasiones, a modo de válvula de escape para descargarnos. El problema surge cuando se convierte en una excusa y nos aferramos a ella convirtiéndolo así en nuestro estilo de vida.

Ocurre que las personas que recurren constantemente a la queja pueden lograr un beneficio con ello: que estén más pendientes de ellas, liberarse de responsabilidades (ya que asumen que la culpa de lo que les pasa siempre es externa) o simplemente acomodarse en el rol de víctima y es precisamente el beneficio obtenido lo que termina manteniendo el problema. No obstante, que exista un beneficio subyacente y, en ocasiones inconsciente, no implica que la persona no sufra. Las quejas son como piedras que van aplastando nuestro estado de ánimo y además puede llegar a resultar agotador. Nuestra principal intención es ser comprendidos, escuchados y apoyados pero nuestro discurso se convierte en una espiral de negatividad que finalmente trae consecuencias negativas tanto para la propia persona como para quienes le rodean. Algunos ejemplos serían:

  • Disminución o incapacidad de resolución de conflictos ya que nos centramos exclusivamente en el problema.
  • Agotamiento físico y mental.
  • Sesgo y visión negativa hacia el mundo.
  • Desmotivación.
  • Aumento de la probabilidad de dependencia hacia otras personas ya que necesitamos la ayuda de otros para resolver nuestros problemas.

De nada vale entonces que nos quejemos si posteriormente no vamos a poner en marcha estrategias de búsqueda de alternativas por tal de encontrar una solución a nuestro problema. En ocasiones resulta tan sencillo como detenerse, observarse a uno mismo y comprender lo que ha sucedido. Una de las cosas más importantes es tratar de ser conscientes de cuando estamos instalados en la queja, lo que requiere que prestemos mucha atención a nuestro discurso.

Esto último es muy importante ya que la manera en la que pensamos y nos hablamos a nosotros mismos determina cómo nos sentimos e influye directamente sobre cómo nos comportamos. Cuando una situación nos frustra, duele o incomoda es normal que surja una queja y que sintamos malestar, pero es necesario trascender esa fase para no quedarnos encajados en esa dinámica de frustración ya que quejándonos sin fin solo hacemos que alimentar nuestro sufrimiento. Se ha de llegar al punto de aceptación y de acción. Pongamos un ejemplo:

Imaginad que tenéis una entrevista de trabajo al otro lado de la ciudad y cuando vais de camino os encontráis con un atasco por obras. Es una situación frustrante ya que nos va a retrasar, no sabemos si lograremos llegar a tiempo y puede que demos a los posibles futuros empleadores una mala imagen. ¿Qué ocurre entonces?:

  1. Aparece la frustración, sentimos rabia e incluso puede que nos descarguemos verbalmente con alguna palabra malsonante.
  2. Valoramos si hay alguna acción a llevar a cabo: aceptamos que nos encontramos en una situación desagradable y pensamos “¿puedo hacer alguna cosa para cambiar o mejorar esta situación?” Realmente un atasco no depende de nosotros, así que probablemente nos toque tener paciencia. En cambio, sí podemos extraer alguna conclusión como “la próxima vez saldré con más tiempo” o “buscaré rutas alternativas” y llamar a la persona que nos está esperando para comunicarle nuestra situación.
  3. Aceptamos lo que no podemos cambiar y desviamos nuestro foco atencional a otra cosa. Una vez hemos aceptado aquellas cosas que no dependen de nosotros nos centramos en otra cosa como por ejemplo escuchar música, hablar con algún amigo/a, etc.

Una persona instaurada en la queja tendría dificultades para llevar a cabo este proceso ya que probablemente se quede en la frustración inicial y siga durante un buen rato relatando un sinfín de quejas contra todo el mundo mientras dure el atasco. Es esa queja constante la que alimentará su rabia y frustración generándole así un mayor sufrimiento y promoviendo un estado de ánimo negativo para todo el día.

En conclusión, vivir en la queja no solo no es útil porque nos incapacita para resolver activamente nuestros problemas, sino que favorece que nuestro estado de ánimo sea bajo y que las personas de nuestro alrededor se cansen de escucharnos. Si nos sentimos identificados con esto podemos poner en práctica un par de estrategias para salir de nuestra espiral negativa. Estas serían:

  • Proponte un reto, trata de estar 48 horas completas sin exteriorizar ninguna queja. Se trata de ser plenamente conscientes de nuestro discurso y tratar de no verbalizar ninguna queja sobre las cosas que no podemos cambiar: los atascos, retrasos, actitud del jefe, los horarios, etc. Si aparece alguna queja, pon tu contador a cero y vuelve a empezar hasta que consigas estar las 48 horas completas.
  • Practica la gratitud: cada día existen multitud de cosas por las que sentirse agradecido pero no siempre les prestamos atención. Coge una libreta y escribe en ella 3 cosas al día por las que te hayas sentido agradecido, por pequeñas que te parezcan. Al final tendrás una libreta completa de cosas que te hacen sentir bien y que compensarán con creces aquellas que no te gustan.

Podemos elegir salir de la queja en cualquier momento, solo hemos de pasar a la acción para cambiar aquello que nos disgusta o aprender a aceptar aquello que se encuentra fuera de nuestro alcance.

 

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