Los niños mienten por numerosos motivos, que son, en general, los mismos que llevan a mentira a los adultos. La mayoría de las veces se trata de razones egoístas, en su propio beneficio, para protegerse y evitar un daño (castigo, dolor, privación de algo deseado, separación, etc.).

La autoprotección es el principal motivo para mentira en edades tempranas. Suelen ser estratagemas de defensa para salir del paso en una situación apurada y así evitar un castigo. O puede que quieran ocultar algo que han hecho y que piensan que no nos gustará y que nos generará enfado hace a ellos.

También pueden ir dirigidas a obtener una recompensa material (dulces, galletas, pasteles, etc.) y más adelante para conseguir gratificaciones sociales simbólicas como elogios o señales de afecto. Cuando nuestros hijos son muy pequeños las mentiras altruistas o piadosas, que buscan el bien de alguien, se dan con menor frecuencia. Llegado el momento, pueden buscar complacer a otros para mostrar cortesía.

Otra razón es ganar atención o la admiración de los demás. Si no tienen otra forma de conseguir atención, puede que quieran obtenerla exagerando o inventado cosas. Buscan impresionar, ser felicitados o aceptados, como nos puede ocurrir a los adultos que muchas veces intentamos causar una buena impresión. También podría ser porque intentan compensar una debilidad o una carencia, como ocurre cuando sacan malas notas, y lo hagan exagerando otra cualidad como puede ser hazañas inventadas.

La actitud de los padres y el ambiente familiar son decisivos en la conducta de sinceridad e insinceridad del niño. Si esperamos mucho de ellos, de las notas del colegio por ejemplo y anticipan que algo nos va a disgustar o a decepcionar, puede llevarles a mentirnos porque piensan que les castigaremos o porque no quieren ser un motivo de disgusto. Situaciones que puede ir asociadas a la mentira reiterada son las riñas entre los padres, la familia monoparental, condiciones de pobreza, rechazo, abuso, privación emocional o no justificada y el empleo de castigos severos.

A veces las mentiras surgen de una reacción agresiva debida al resentimiento, los celos, la envidio o la vergüenza. Puede ser también el resultado de un trato duro o injusto, ya sea real o percibido. Como se ha comentado antes, una relación rica en afecto no deberá dar ocasiones para ello.

Los adultos podemos inducir directamente a mentir por diferentes circunstancias, a menudo para guardar un secreto o para ocultar una acción. Los niños pequeños, en especial, son sugestionables e influenciables por otros niños mayores y adultos, y más cuanto más pequeños son. Pueden mentir por imitación, porque ven que lo hacen otros. La mentira está muy extendida entre los adultos en la vida diaria y sin embargo, se inste en que los niños deben de ser sinceros.

Nuestro papel como padres es esencial en este aspecto porque ven que podemos mentir en algunas ocasiones. Por mucho que les digamos que está mal, terminan pensando que también pueden hacerlo. El ejemplo más frecuente son las mentiras sociales que los padres fabricamos ocasionalmente, de convención o piadosas. Criamos a nuestros hijos mintiéndoles con las historias de los reyes magos, papa Noel y el ratoncito Pérez, y por eso no nos debe extrañar que mientan también. Llegado el momento, cuanto antes, hay que explicarles cuidadosamente las diferencias entre las mentiras sociales, altruistas y convenidas, y las malas mentiras que solo buscan el beneficio de uno y hacen daño a otros. Estas diferencias se aprenden con el tiempo y ya son conscientes de ellas en las edades preescolares, pero convienen resaltarlas. Los aspectos culturales que van incidiendo cada año en nuestros hijos a través, por ejemplo, de los medios de comunicación son también importantes.

 

 

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