Hablar en público, relacionarnos con un grupo de personas, ir al médico, conducir, presentarnos a una entrevista de trabajo, montar en metro, subir a un avión, educar a los hijos, presentarnos a un examen, apuntarnos a un curso, ligar, ir al dentista… Se trata de situaciones cotidianas, en las que podríamos disfrutar y aprender, pero cuando sufrimos ansiedad ante alguna de estas situaciones se convierten en un reto, incluso una fuente de gran malestar.

La ansiedad es una respuesta adaptativa, ya que tiene la función de protegernos cuando detectamos algún peligro. Como todas las emociones, tiene una finalidad. La ansiedad nos incita a actuar, nos anima a enfrentarnos a una situación amenazadora, nos hace estudiar más para el examen y nos mantiene alerta cuando hablamos en público. En general, nos ayuda a enfrentarnos a estas situaciones.

Cuando detectamos que hay alguna amenaza o alguna situación en la que debemos estar más alerta, se ponen en marcha los tres sistemas de respuesta: el fisiológico (todo lo que ocurre en nuestro cuerpo), el conductual (lo que hacemos) y el cognitivo (lo que pensamos)…

 

¿Cuáles son los síntomas que manifestamos cuando tenemos ansiedad?

  • A nivel fisiológico: palpitaciones, opresión en el pecho, “nudo” en el estómago, taquicardia, falta de aire, temblores, sudoración, molestias digestivas, vómitos, tensión y rigidez muscular, hormigueo, cansancio, sequedad de boca, tensión en las mandíbulas, sensación de mareo, sensación de desmayo, “piel de gallina”, insomnio, cefaleas tensionales, inestabilidad…
  • A nivel conductual: dificultad para actuar, impulsividad, inquietud motora, estado de alerta e hipervigilancia, torpeza motora, bloqueo, llorar, evitar situaciones temidas, dificultad para estarse quieto y en reposo, fumar, comer o beber en exceso…
  • A nivel cognitivo: dificultades de atención, concentración y memoria, preocupación excesiva, expectativas negativas, rumiación, pensamientos distorsionados y negativos, sensación de confusión y aumento de las dudas, bloqueos mentales, susceptibilidad, pensamiento acelerado, embotamiento, tendencia a recordar más las cosas desagradables que las agradables…

 

No todas las personas tienen los mismos síntomas, ni la misma intensidad en su manifestación. Cada persona, según su predisposición biológica y/o psicológica, se muestra más vulnerable o susceptible a unos u otros síntomas.

Cuando la activación de estos síntomas se mantiene durante el tiempo, es demasiado intensa, o se activa ante situaciones que realmente no son amenazantes, es cuando sufrimos los efectos negativos de la ansiedad, produciéndonos malestar, ya que hacemos funcionar de forma inadecuada este mecanismo.

En muchas ocasiones lo que hacemos es “aliviar” a corto plazo este sentimiento de malestar evitando las situaciones temidas o escapando de ellas, pero a largo plazo continuamos manteniendo nuestro problema de ansiedad. Existen técnicas psicológicas para ayudarnos a exponernos adecuadamente a las situaciones que nos generan malestar y poder hacerle frente a situaciones futuras.

 

 

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