Saber qué palabras utilizar para abordar la muerte de un ser querido no resulta nada fácil y menos aún si se trata de comunicárselo a los más pequeños. Sin embargo, la muerte forma parte de la vida y todos los seres humanos vamos a tener que enfrentarnos a ella, por ello es importante poder disponer de recursos que nos ayuden a afrontar esta realidad de la mejor forma posible.

Ocultar, temer, callar o dar respuestas y explicaciones erróneas sobre lo que sucede a nuestro alrededor sólo hará que la experiencia de la muerte, además de resultar muy dolorosa, pueda convertirse en algo patológico. Tanto a los niños como a los adolescentes la muerte de un ser querido les provoca muchas dudas, temores, inquietudes y dolor, que han de ser escuchados y atendidos. ¿Cómo les explicamos lo que ha sucedido? ¿Cómo lo puedo ayudar?

Los niños se preguntan, intuyen y conocen de alguna forma la existencia de la muerte. Si no obtienen respuestas o estas son confusas, elaborarán sus propias teorías acerca de lo que significa morir. Estas teorías son siempre limitadas y están marcadas por su pensamiento egocéntrico, fantástico y por su saber emocional, lo que sin duda hará aumentar su angustia y malestar. No debemos dejar al niño “a solas” con su mundo de fantasía. Cuando nos preguntan es porque necesitan aclarar lo que él mismo construye. Es importante fijarse en qué pregunta y responder de acuerdo a su edad, pero siempre ser sinceros sobre sus dudas. Esto le calmará y le servirá para confiar en nosotros.

Los niños necesitan nuestra ayuda y nuestro acompañamiento, porque su concepto de muerte está en construcción, así como su propia elaboración del duelo.

¿Cómo comunicar a un niño o un adolescente la muerte de un ser querido?

  1. Hay que transmitir al niño lo antes posible la noticia de la muerte del ser querido y siempre por medio de una persona que sienta cercana y en quien confíe.
  2. La escuela ha de ser informada lo antes posible para que el equipo docente y psicopedagógico tome las medidas oportunas.
  3. Ninguna explicación que se le dé al niño o adolescente sobre la muerte de su familiar tiene por qué darse “de golpe”. Podemos ir haciéndolo poco a poco y completándola siempre con las preguntas, dudas y observaciones que él mismo quiera hacer.
  4. Los niños y los adolescentes deben saber siempre la verdad sobre lo sucedido, pero esta verdad se abordará en función de la capacidad emocional y cognitiva que el niño posea para poder comprenderla e integrarla.
  5. Hay que explicar la muerte en términos reales, atendiendo fundamentalmente a lo que tiene de irreversible, definitiva y final de las funciones vitales. Los niños necesitan conocer la parte física y real del fallecimiento de una persona. Podemos apoyarnos en ejemplos de la naturaleza que el propio niño haya visto (por ejemplo, un pájaro muerto, etc.)
  6. Es importante compartir nuestras creencias religiosas y espirituales con los niños, pero no sin antes haber dado una explicación física de la muerte. El uso de metáforas o explicaciones de tipo metafísico o espiritual pueden confundirles. Los niños pequeños todavía no están preparados para comprender determinados conceptos simbólicos.
  7. Es importante tener en cuenta el universo emocional del niño y ayudar a que pueda expresar y aclarar todas aquellas dudas que puedan inquietarle o preocuparle como consecuencia de la muerte de un ser querido.
  8. Los niños necesitan aprender a expresar lo que sienten y, entre estos sentimientos, está su dolor por la muerte de la persona fallecida. Los adultos, somos su modelo de aprendizaje en la expresión de las emociones. Si  negamos u ocultamos lo que sentimos, ellos harán lo mismo.
  9. A partir de los 6 años aproximadamente, los niños pueden participar en los ritos que se lleven a cabo por la muerte de un familiar (velatorio, entierro, funeral). Podemos preguntarle al niño si quiere participar en estos ritos, que deben ser debidamente explicados con anterioridad para despejar dudas o aclarar conceptos equívocos que se hayan podido formar. Que permitamos que el niño, preadolescente o adolescente pueda participar de estos ritos, favorece que se sienta unido a la familia e integrado en la experiencia de la despedida.  También le ayuda a que la muerte pueda ser concretada en un tiempo y en un espacio. Los niños y los adolescentes también necesitan despedirse.

 

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