Es muy común que los padres no sepamos cuándo hablar con nuestros hijos sobre sexualidad, qué es lo que realmente ellos saben o creen sobre el tema, cuál es la mejor forma de abordarlo, y qué información es conveniente que ellos tengan o no.

Hablar de sexualidad, es hablar de autoestima, de afectos, de placer, de igualdad de hombres y mujeres, de imagen corporal, de intimidad, de salud reproductiva y de maternidad, de respeto a las diferentes orientaciones sexuales, de género, de sentimientos… y también de relaciones sexuales.

El objetivo de la educación afectivo-sexual es propiciar que los niños y jóvenes se capaciten para que a lo largo de su vida lleguen a desarrollar una vivencia de la sexualidad saludable y gratificante. Para ello deben asumirse positivamente como seres sexuados, comprender adecuadamente el hecho sexual humano, cultivar una ética para las relaciones interpersonales y adquirir habilidades para la construcción de unas relaciones saludables, satisfactorias, responsables y no discriminatorias por razones de género u orientación sexual. En definitiva, la educación afectivo-sexual debe promover una resolución satisfactoria de nuestras necesidades de intimidad y vinculación.

Es importante tener en cuenta que:

  • La educación sexual debe hacerse tanto desde los centros educativos como desde las familias.
  • Hacemos educación sexual continuamente, aunque no seamos conscientes de ello. Educamos a nuestros hijos a través de nuestros pudores, nuestras caricias, nuestros silencios u opiniones.
  • Una educación sexual de calidad debe dirigirse a que nuestros hijos aprendan a conocerse, aceptarse y a expresar su sexualidad de modo que sean felices.
  • Hay que educar siempre desde lo positivo y no desde lo negativo, fomentando la autoestima de los niños.
  • Debemos tratar de encontrar “oportunidades para enseñar”, utilizando programas de televisión, libros, tareas escolares…
  • No esperemos a que nos hagan preguntas ya que muchos niños nunca preguntan. Abordemos los temas que creemos que necesitan saber.
  • Tenemos que estar dispuestos para dialogar, desde el respeto y la aceptación.
  • Debemos intentar inferir lo que realmente quieren saber al preguntarnos algo.
  • Escuchemos a nuestros hijos, y preguntémosles qué saben o qué quieren saber sobre ciertos temas.
  • Evitemos interpretaciones precipitadas y juicios de valor. Intentemos comprenderles para saber interpretar.
  • Dejémosles claro que con nosotros se puede hablar de sexualidad y que estamos dispuestos a hacerlo siempre y cuando ellos quieran.
  • Respetemos el pudor, sus secretos y sus silencios.
  • Hablémosles acerca de los placeres de la sexualidad.
  • Recordémosles que nos importa su felicidad y bienestar.

El hablar con nuestros hijos de manera abierta de todos los temas relacionados con la educación afectiva y sexual que van surgiendo, que puedan escuchar diferentes puntos de vista por parte de las figuras adultas de la familia o de los centros educativos, o tratar los temas con profundidad a su debido tiempo; contribuye a que la comunicación entre padres e hijos sea más adecuada, afianzando la confianza que depositan hacia nosotros. De esta forma los padres podremos ayudarles a reducir las posibilidades de contraer enfermedades de transmisión sexual, a prevenir el embarazo en la adolescencia, y sobre todo, asegurar que llevan una vida sana y gratificante.

Respecto a cuándo empezar a hablar de sexo con nuestros hijos, lo mejor es hacerlo desde pequeños, durante los primeros años de su niñez, siempre adaptando el vocabulario y la información al nivel madurativo, grado de comprensión y a las necesidades del niño. Con frecuencia los niños hacen preguntas a cualquier edad debido a la curiosidad natural que tienen sobre el tema, así que cuanto antes se aborde, antes vamos despejando sus dudas. Puede que al principio resulte algo incómodo mantener estas conversaciones sobre sexo y sexualidad, pero se pueden aprovechar situaciones como el baño, cuando alguien cercano está embarazada, al ver la televisión…

Es muy importante nuestra actitud frente a las preguntas que nos hacen los niños. Para ello es conveniente que procuremos no parecer avergonzados ni tener una actitud demasiado seria hacia el tema; que seamos breves limitándonos a responder con términos sencillos a lo que nos preguntan; evitar reírnos de las preguntas que nos hacen; utilizar el nombre propio de cada parte del cuerpo; y fijarnos en la actitud del niño al recibir la respuesta para asegurarnos que estamos despejando sus dudas.

 

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